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viernes, 31 de enero de 2014

OBRA MAESTRA

Como en un lienzo de Dalí se derrama mi sangre por la alfombra. 
                            Incontenible. 
                                                             Incontrolable.
Me atrae su iridiscencia.
                            No parpadeo.
Tampoco pienso en el dolor que seguramente martiriza mi vientre.  Cuando te clavan un cuchillo en el medio del abdomen el dolor debería ser normal.     Pero éste no es el caso.
Estoy obnubilada por la abstracción que sin proponérmelo estoy creando.
Es mi obra maestra.
La intensidad del rojo es estrepitosa, lacerante. Con ningún pigmento alcanzaría esta perfección.
Mi cuerpo tiene bruscos estremecimientos facilitando que la sangre salga a borbotones. Me maravilla ver cómo el rojo se deposita en las minúsculas cavidades blancas de la alfombra y las posee en un orgasmo de color.
Temo que la fuente de sangre se agote. 
Intento controlar los estertores y dosificar en lo posible su salida.
Detengo la respiración y el pulso de mis sienes.
Me tranquiliza notar que mi corazón palpita con suavidad.
Casi en silencio.
 El surrealismo de mi obra se magnifica.
Las manchas de color vienen y van y sin proponérmelo, adquieren formas inimaginables.
Cobran vida,                         sal tan, se comen y poseen unas a otras,
    se agigantan hasta devorarme                                                                 y luego me desechan.
Este es mi momento cumbre. Estoy en la cúspide de la realización. Mi paleta es única, los trazos son perfectos, los volúmenes no tiene competencia.
Entonces el estruendo de una sirena me distrae de mi concentración y el dolor agudo aparece transformándose en  protagonista. La intensidad del dolor compite abrumadoramente con mi satisfacción. Miden sus fuerzas,  los ruidos avasallan, y el desplome viene cuando unos pasos despiadados  pisan mi obra masacrándola, violándola. La sangre se adhiere en las suelas de sus zapatos. Las gotas se desvanecen perdiendo su intensidad. Se desparraman quebrando sus formas y esencias.
Intento gritar para detenerlos pero los sonidos no cobran vida en mi garganta.
Un impenetrable telón de oscuridad me posee destruyendo mi obra y seguramente mi vida.